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Este artículo está basado en una investigación publicada originalmente en el Boletín de la Sociedad Geológica Mexicana. Encuéntrelo en ingles aquí.

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Las últimas investigaciones sobre la contaminación del aire tienen una conclusión muy clara: es mucho peor para los seres humanos de lo que nadie se imaginaba.

Varios estudios recientes identificaron las partículas en el aire como un factor de riesgo para enfermarse con COVID-19, incluso una investigación reciente en Londres que relacionó la probabilidad de hospitalización por COVID-19 con la contaminación del aire a nivel de vecindario. La Organización Mundial de la Salud declaró que la contaminación del aire es mucha más peligrosa a niveles más bajos de lo que se suponía anteriormente, del orden de millones de muertes por año, y redujo sus límites recomendados para varios tipos de contaminación del aire (a pesar de que pocas naciones se adhieren a las pautas anteriores).

Estos hallazgos amplifican la importancia de un estudio de la Universidad Nacional Autónoma de México, dirigido por la Dra. Kathrin Lisa Kapper, sobre métodos más baratos y rápidos para analizar los contaminantes a nivel local en áreas urbanas: el magnetismo.

No importa si la fuente sea polvo de carbón negro o gases de escape de automóviles; la exposición a la contaminación del aire a menudo se mide por la cantidad de partículas finas, de varios tamaños, suspendidas donde podemos inhalarlas. Los datos sobre la composición de esas partículas provienen de análisis químicos. Pero los procesos más comunes que producen estas partículas, como la combustión de combustibles fósiles, tienden a liberar también combinaciones específicas de metales pesados. Los altos niveles de ciertos metales en un área donde no deberían encontrarse de forma natural son un claro indicio de contaminación, explican los autores.

Estos metales pesados ​​se acumulan en el polvo de calles, en la capa superior del suelo, dentro de las plantas (especialmente los musgos y líquenes) y dentro de los filtros de aire en edificios. “La combustión de combustibles fósiles, el desgaste de carreteras y llantas, la fundición de metales, la producción de cemento, las centrales eléctricas de carbón o la fabricación de acero y los procesos agrícolas” son todos procesos que dejan pistas distintivas en los metales pesados ​​que se acumulan alrededor de comunidades cercanas a estas industrias.

Aunque las propiedades magnéticas analizadas bien dejan pistas híperlocalizadas sobre la contaminación en áreas específicas, los resultados pueden verse afectados por una larga lista de otros factores, como “tiempo de exposición, distancia de la fuente, intensidad de la fuente y altura de muestreo, así como el número y intensidad de los eventos de lluvia y velocidad y dirección del viento.” En lugar de intentar tomar muestras instantáneas de la contaminación con medidas magnéticas, los autores advierten que los indicadores magnéticos deben compararse con líneas de base para el contexto, desde las propiedades metálicas naturales del suelo local hasta los tipos de plantas locales seleccionadas para analizar.

A pesar de esta advertencia, la asequibilidad del monitoreo magnético en comparación con los análisis químicos lo hace una herramienta importante para documentar y combatir la contaminación del aire donde hace más daño: en países de ingresos bajos y medios y comunidades de minoridades o de bajos ingresos en los Estados Unidos. Los métodos que sugiere el equipo de Kapper pueden reducir las barreras para que las comunidades urbanas sepan dónde la exposición a la contaminación del aire se encuentra peor, y de donde proviene.


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Boletín de la Sociedad Geológica Mexicana, Vol. 72, No. 1 (2020), pp. 1-44
Sociedad Geológica Mexicana & Instituto de Geología UNAM