En 1961 en Cuba, un cuarto de millón de voluntarios, conocidos como “brigadistas”, la mayoría de ellos mujeres jóvenes, viajaban a todos los rincones de Cuba para enseñar a la gente a leer y escribir. Hicieron las maletas y se dirigieron a los pueblos más remotos, muchos de ellos sin electricidad ni agua corriente. En poco más de un año, los niveles de alfabetización en Cuba pasaron de solo un 60%-76% a casi el 100%.
Los colectivos de individuos a menudo son responsables de dar forma a la historia y, frecuentemente, terminan siendo actores sin rostro con historias que se quedan sin contar; los que más se sacrifican y los más vulnerables. La Campaña Nacional de Alfabetización en Cuba fue un gran paso hacia el avance de la igualdad y el desarrollo social, para lo cual la educación siempre es clave.
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Pero la historia de Rosa Hernández Acosta no solo se trata de uno de los momentos más interesantes de la historia de América Latina; también es una historia de desarrollo personal para los voluntarios que fueron a alfabetizar, armados con solo unos cuantos libros de texto y una lámpara de queroseno, en partes de la Cuba rural que aún no tenía electricidad, agua corriente ni caminos pavimentados. Mientras sus compatriotas lucharon contra lo que quedaba de los partidarios de Batista en las montañas y en la invasión de Bahía de Cochinos, los brigadistas hicieron su parte en otro ámbito. Luchaban con la pluma en lugar del fusil, y su enemigo era un enemigo que se encontraba dentro del territorio nacional, uno profundamente arraigado: la ignorancia y el analfabetismo generalizado. Los ataques de los contrarrevolucionarios contra los brigadistas cobraron la vida de varios voluntarios jóvenes.
La Campaña fue un éxito gracias a la dedicación y amor de los jóvenes voluntarios por el arte de enseñar. Muchos de los maestros continuaron sus carreras en la educación porque vieron el poder de la educación para cambiar el mundo y valoraron ese acto de amor que es la enseñanza. Rosa Hernández Acosta es una de esas maestras. Hablábamos sobre su experiencia enseñando en la Campaña de Alfabetización y lo que significa para ella haber sido parte de ese momento histórico de Cuba.
Traducido al inglés por el entrevistador.
Kian Seara Rey: Digamos que usted se interesó en la carrera de la pedagogía inicialmente empezando con su experiencia con la Campaña Nacional de Alfabetización, ¿Verdad?
Rosa Hernández Acosta: Efectivamente. Lo primero que me motivó a mí fue eso porque yo desde una edad temprana, alfabeticé a esas personas. Por eso me sentí motivada por esa profesión. Es por eso que seleccioné la carrera de formación de profesores en La Habana. Esa carrera se estudiaba en el Instituto Superior “Enrique José Varona”, que era una facultad de la Universidad de la Habana.
¿Y cuántos años tenía cuando usted empezó a alfabetizar con la campaña?
Imagínate – Yo nací en el año 51 y la campaña empezó en 61, entonces yo tenía 10 años. Tenía 10 años cuando empecé con la campaña de alfabetización. Les asignaron esa tarea a mi papá y la maestra que yo tenía en la escuela primaria. Como era muy difícil que la maestra se pudiera quedar en el pueblo, porque ella vivía a grandes distancias, vivía aquí en la ciudad de Pinar del Río y eso estaba a 6 kilómetros del pueblo de Consolación. Entonces ella habló conmigo y yo asumí esa responsabilidad de alfabetizar a esa señora [que le asignaron a ella] y también a los que le habían asignado a mi padre porque su vista le fallaba ya. Entonces alfabeticé a tres o cuatro personas más que mi papá tenía asignado originamente.
¿Viven todavía en el pueblo? ¿Tiene usted contacto todavía con las personas que había alfabetizado en aquel tiempo?
De esas personas solamente vive una aún. Porque ya en ese tiempo eran de avanzada edad. De los que alfabeticé, eran personas mucho mayor que yo. Yo era una niña y ellos tenían 30 años o más. Entonces el muchacho que era el más joven y que era analfabeto, sí vive y vive todavía en el pueblo de Consolación. Vive con su familia y se pone muy contento cuando me ve. Me presenta sus hijos y les dicen a ellos que yo era la persona que le enseñé a leer y escribir.
¿Que dificultades había durante la campaña o durante ese tiempo en general en el campo de Cuba?
Las dificultades eran muchas. Porque en el campo en el 61 las condiciones eran muy pobres. No había corriente eléctrica. Se vivía en casas con pisos de tierra. En todas las casas que yo enseñé, todas tenían piso de tierra. Y solo había la radio, no había otros medios. Solo escuchaban la radio. El tiempo que tenían para aprender solo fue el tiempo que tenían conmigo, el resto del tiempo era para trabajar en el campo. A veces yo llegaba a las 7 de la noche y este muchacho todavía no había regresado a su casa y yo tenía que esperar hasta las 8 o las 9 para que no fallara la lección.
Y es curioso porque prácticamente se acaba usted a aprender a leer y escribir cuando se puso a enseñar a otras personas a hacer lo mismo. Quizá estaba, digamos, fresco en su mente, ¿no es así?
Sí sí, así mismo. Porque cuando yo estaba en la escuela primaria, ya yo había aprendido a leer y escribir con facilidad porque los hermanos mayores míos ya estaban en la escuela antes que yo y me ayudaban. Yo llegué a la escuela primaria y ya sabía leer. No sabía escribir, pero ya había leído los libros de primaria y entonces la maestra me puso en segundo. Eso fue porque en el campo, los hermanos mayores siempre enseñaban a los menores. Y yo fui uno de esos casos. Siempre tuve esa facilidad de enseñar porque ellos preferían siempre que fuera yo a que fuera mi papá o la maestra porque yo tenía más paciencia. Le tomaba la mano para que se aprendiera los vocales. Se sentían más cómodos porque yo era solo una niñita.
Había mucha ignorancia en el mundo rural en aquellos tiempos, ¿no? Vi una entrevista con Silvio Rodríguez, que también alfabetizó, en que él se afirma que algunos de los campesinos que él había conocido durante la campaña “ni sabía que la tierra era redonda” – que había ese nivel tan profundo de desconocimiento del mundo más allá.
Sí, la ignorancia era muy profunda porque eran analfabetos y los medios de difusión solo eran algunas novelas o programas campesinos. Y casi no tenía tiempo ni para oírlos. No había prensa – ni les llegaba el periódico. Los medios de comunicación eran muy escasos. Entonces estaban siempre acostumbrados a oír leyendas de la tierra o de la luna, por ejemplo. Las personas a veces no querían salir de noche cuando salía la luna porque decían que la luna les iba a resfriar. Y había muchas cosas místicas con relación a los astros, las estrellas, y otras supersticiones.
Cambió muchísimo con la revolución cubana en todos los ámbitos. Y también con la educación. Usted como especialista en pedagogía, ¿Cómo ve usted que se había cambiado el ámbito de la educación con la revolución?
Todos los cubanos, independientemente del nivel de revolucionario o no que sea, siempre reconoce esa obra que hizo la revolución. Un millón de analfabetos se había alfabetizado. Había que ver cómo a la gente le salían las lágrimas cuando ya podían leer la cartilla de alfabetización (manual de enseñanza). O cuando podían leer un periódico cuando ya empezaron a llegar los periódicos. Algunas personas me llamaron, para que yo viera, para que no se les hubiera olvidado y que ya sabían leer hasta el periódico. Y para los que vivían en el campo, donde yo vivía, nos dieron un farol para llegar a las casas para alfabetizar. Porque en la mayoría de las casas no tenían otra luz que no fuera una lamparita de luz brillante con un mechón pequeño. Cuando yo llegaba a la casa, a veces cuando el farol me fallaba, llegaba con la nariz lleno de tizne.
Después ver la obra de la revolución que se eliminó el analfabetismo, que las personas que vivían en las áreas montañosas muy recóndita que todos los padres y abuelos eran analfabetos, que llegaran a hacer una carrera, que llegaran a la Universidad de la Habana – yo soy un ejemplo de eso. Yo soy negra. Que una persona negra, muy pobre, pudiera llegar a la Universidad de la Habana… eso fue una obra muy grande. Yo soy doctora, profesora titular. Eso antes fue imposible pensar. He viajado a muchos países de Europa y América. Estuve dando maestrías en Veracruz (México), en Perú, en Brasil. Fui a la antigua Unión Soviética porque las relaciones permitieran que una universidad de ellos se comunicara con nosotros para asesorar. Recibimos la ayuda de Alemania, de Rusia. Hubo un intercambio y por eso pude ir a la antigua Unión Soviética y pude ver algunos programas. Fui también a Francia, a Paris, y ver cómo funcionaban algunos programas en una universidad francesa de psicología.
Y esos son cosas que hubieran sido imposibles para las personas del campo que antes ni sabían contar ni mucho menos leer. Que hasta les robaban en la bodega porque no sabían prácticamente la aritmética elemental. Ver esa diferencia fue muy grande, sobre todo para mí. Lo vi cuando era niña y estoy viva. He visto todo este desarrollo de la revolución. Y no solo en el caso mío, sino todo el mundo. Todo los compañeritos míos que quisieron ir a estudiar, al menos fueron a secundaria o fueron a una escuela tecnológica. Pero no hay nadie analfabeto de la etapa mía. Los analfabetos que hay hoy día en Cuba son los “residuales” – los que se alfabetizaron pero no tocaron nada más. Pero todo el mundo aprendió a leer y escribir. Y eso – en un país de América Latina con las características de Cuba – es muy grande.
Claro, es increíble. Y esa felicidad, esa emoción que sentían las personas que usted enseñó – esa emoción fue al nivel nacional también, ¿no? Se sentía en toda Cuba.
Sí, lo vimos en toda Cuba. Algunas personas no podían leer lo que ponían en los medicamentos, no tenían nadie cercano que pudiera leer las etiquetas. Y ver después esa diferencia tan grande…
¿Y usted fue al extranjero a hacer maestrías e investigaciones en el ámbito del medio ambiente?
Bueno, en el campo de la pedagogía. Yo impartía varios cursos. Uno fue del desarrollo de la creatividad. Es un curso de una de las maestrías de nosotros en el Instituto Central de Ciencias Pedagógicas. Di ese curso. Coordiné la elevación de la calidad de la educación en la escuela primaria en una región de México. Preparamos a los maestros. Dábamos clases a los alumnos de forma demostrativa para que los maestros vieran como se podían elevar el nivel de la educación. Ayudamos mucho.
Usted era del campo, pero dicen que la mayoría de los “alfabetizadores” eran de las ciudades.
Sí, de la Habana, de la ciudad de Pinar del Río, o de otras provincias.
Y dicen que así los que iban al campo por primera vez a enseñar, paradójicamente, aprendieron mucho también sobre la vida en el campo y la naturaleza. ¿Cómo fue eso?
Sí, los brigadistas que eran de La Habana, eso fue una experiencia muy importante para ellos. Muchos se hicieron profesores después de terminar la campaña. Otros escogieron profesiones vinculadas con la agricultura, con el desarrollo agrícola. Y todos ellos fueron motivados precisamente por la experiencia que tuvieron durante la campaña. Eso fue una experiencia muy grande para todos, tanto para los que aprendieron a leer y escribir como a los que alfabetizamos. Y todos los maestros mayores de los 60 años que tenemos aquí en nuestro municipio participaron en la campaña de alfabetización. Y no eran maestros en aquella etapa, se hicieron maestros por la experiencia durante la campaña. Siempre tienen la huella de haber alfabetizado. Siempre eso quedó impregnado en las personas y les dirigió a hacer una carrera o para hacer un oficio u otro. Y además se demostró que sí se puede. Había algunos que decían que la gente de Cuba es tan loca. ¿Cómo van a alfabetizar a gente del campo que no saben ni cómo escribir una letra? Pero, ¡sí, se pudo!
¿Cree usted que Cuba sigue a la altura de la educación al nivel académico? ¿Sigue Cuba siendo un referente en ese aspecto?
Sí, Cuba es un referente. Ahora por el ejemplo con el COVID-19, los científicos e investigadores cubanos pasaron por ese sistema, como es lógico. Se estimularon los talentos desde edades tempranas. Eso fue un éxito y algo muy interesante del estado cubano, haber estimulado con nuestro Ministerio de Educación a esas personas talentosas. Hoy son investigadores que están en primera línea. Todo los que quisieran estudiar, podían. Yo soy de un pueblo muy pequeño y no hubiera tenido posibilidad de ir a la Habana a estudiar. Ahí nos dieron todo. A nivel de la cultura, recibíamos de todo – recibíamos música, nos llevaron a los museos, nos llevaban a ver las últimas películas. Y pudimos estar a ese nivel de cultura que hoy tiene el país. Con ciertas especialidades, hay un nivel de base que les permite a las personas comunicarse y participar en diferentes actividades.
¿Quiere usted añadir algo más?
Yo creo que es suficiente. Hay que haber vivido y haber visto para creer. Hay gente que no cree lo que pasó aquí en Cuba, pero nosotros que lo vivimos, hoy tenemos el orgullo de nivel alcanzado – en todos los sentidos. Había también otras campañas dirigidas al desarrollo económico del país en otros sectores – campañas tabacaleras, formación de técnicos médicos. En muchas ramas de la cultura.
Quería preguntar también como se afectó a su comunidad otros proyectos de la revolución como, por ejemplo, la Ley de Reforma Agraria de 1959.
Sí, la Reforma Agraria benefició mucho al campesino porque el campesino antes no era dueño de la tierra. Nosotros vivíamos en una tierra que teníamos que darle la mayor parte al dueño y muy pocos beneficios teníamos. Con la Reforma Agraria se les dio la tierra a los que la trabajaban y entonces así muchos campesinos que tenían altos rendimientos pudieron aprovechar y ser dueños de esas tierras y esos beneficios. La mayoría de los campesinos acogió la Ley de Reforma Agraria con mucha alegría y con mucho regocijo. Y si por algo siempre se ha apoyado a la Revolución Cubana, es por eso porque les dio la tierra a las personas que la trabajaban. Hubo algunas personas amargadas y algunos que abandonaron el país. Y otros que, claro, toda la vida explotando lo demás y no recibieron compenso. Pero la mayoría del pueblo apoyó la Ley Reforma Agraria y todo lo demás. ¡Y era porque esas cosas beneficiaron al pueblo!
Y esa parte de Cuba, donde viven ustedes, es muy del cultivo de tabaco, ¿no es verdad?
De tabaco sí. ¡Aquí se cosecha el mejor tabaco del mundo! Y el municipio mío también. En Consolación se cosecha un tabaco de calidad también.
¿Y siguen siendo fincas pequeñas así como de individuos?
Sí, son fincas pequeñas. Y hay competencia. Un campesino que tiene su finquita quiere obtener mejor calidad que el otro. Y entonces hay competencia en la calidad de los cultivos, en la calidad del tabaco. El campesino del área de nosotros, donde yo vivía, es muy dedicado a la tierra. Y tal fue así que cuando les dieron casas en el pueblo, la gente no se sintió contenta. La gente quería quedar en el campo. Y muchos iban y venían diario al campo, pero claro los mayores no podían hacer eso. Pero tienen un amor siempre por la tierra.
Nota del editor: En una versión anterior de este artículo se afirmaba que en 1961 las tasas de alfabetización en Cuba pasaron de sólo un 47% a casi el 100% en poco más de un año. En realidad, las tasas iniciales de alfabetización en Cuba eran del 60% al 76%.
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